Las fotografías oficiales que describen el trabajo en los talleres textiles o en la granja-huerto de Les Corts no informan demasiado de la verdadera realidad de un régimen de trabajo duro que, a través de la venta de productos agrícolas y labores de costura, reportaba beneficios a la orden religiosa encargada de su administración.
Los talleres con maquinaria textil se organizaron de forma tardía en las cárceles de mujeres por reclusas que redimían pena: por el caso de Les Corts, hubo que esperar hasta comienzos de la década de 1950. Al contrario que en las cárceles masculinas, y en una muestra más de discriminación de género, los talleres mecanizados que se abrieron en las cárceles de mujeres fueron tan escasos como tardíos.
Sin embargo existía un trabajo de costura mucho más extendido y nada publicidad por el régimen que hacían las presas de manera informal, para mantenerse a ellas y, a veces, también a sus familiares del exterior: una práctica laboral de la que no se ha conservado ninguna fotografía. Los testigos, de lo contrario, nos evocan la imagen del patio y las salas de prisión llenas de mujeres cosiendo durante largas horas para sobrevivir.